Heath's Modern Language Series: Spanish Short Stories

Chapter 20

Ya hacia largo rato que los pacificos habitantes de Toledo habian cerrado con llave y cerrojo las pesadas puertas de sus antiguos caserones; la campana gorda de la catedral anunciaba la hora de la queda, y en lo alto del alcazar, convertido en cuartel, se oia el ultimo toque de silencio de los clarines, cuando diez o doce oficiales que poco a poco habian ido reuniendose en el Zocodover, tomaron el camino que conduce desde aquel punto al convento en que se alojaba el capitan, animados mas con la esperanza de apurar las prometidas botellas, que con el deseo de conocer la maravillosa escultura.

La noche habia cerrado sombria y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos, o hacia girar con un chirrido agudo las veletas de hierro de las torres.

Apenas los oficiales dieron vista a la plaza en que se hallaba situado el alojamiento de su nuevo amigo, este, que les aguardaba impaciente, salio a encontrarles; y despues de cambiar algunas palabras a media voz, todos penetraron juntos en la iglesia, en cuyo lobrego recinto la escasa claridad de una linterna luchaba trabajosamente con las obscuras y espesisimas sombras.

--Por quien soy! exclamo uno de los convidados tendiendo a su alrededor la vista, que el local es de los menos a proposito del mundo para una fiesta.

--Efectivamente, dijo otro, nos traes a conocer a una dama, y apenas si con mucha dificultad se ven los dedos de la mano.



--Y sobre todo, hace un frio, que no parece sino que estamos en la Siberia, anadio un tercero arrebujandose en el capote.

--Calma, senores, calma, interrumpio el anfitrion; calma, que a todo se proveera. Eh, muchacho! prosiguio dirigiendose a uno de sus asistentes, busca por ahi un poco de lena, y enciendenos una buena fogata en la capilla mayor.

El asistente, obedeciendo las ordenes de su capitan, comenzo a descargar golpes en la silleria del coro, y despues que hubo reunido una gran cantidad de lena que fue apilando al pie de las gradas del presbiterio, tomo la linterna y se dispuso a hacer un auto de fe con aquellos fragmentos tallados de riquisimas labores, entre los que se veian por aqui parte de una columnilla salomonica, por alla la imagen de un santo abad, el torso de una mujer, o la disforme cabeza de un grifo asomado entre hojarasca.

a los pocos minutos una gran claridad, que de improviso se derramo por todo el ambito de la iglesia, anuncio a los oficiales que habia llegado la hora de comenzar el festin.

El capitan, que hacia los honores de su alojamiento con la misma ceremonia que hubiera hecho los de su casa, exclamo dirigiendose a los convidados:

--Si gustais, pasaremos al _buffet_.

Sus camaradas, afectando la mayor gravedad, respondieron a la invitacion con un comico saludo, y se encaminaron a la capilla mayor precedidos del heroe de la fiesta, que al llegar a la escalinata se detuvo un instante, y extendiendo la mano en direccion al sitio que ocupaba la tumba, les dijo con la finura mas exquisita:

--Tengo el placer de presentaros a la dama de mis pensamientos. Creo que convendreis conmigo en que no he exagerado su belleza.

Los oficiales volvieron los ojos al punto que les senalaba su amigo, y una exclamacion de asombro se escapo involuntariamente de todos los labios.

En el fondo de un arco sepulcral revestido de marmoles negros, arrodillada delante de un reclinatorio, con las manos juntas y la cara vuelta hacia el altar, vieron, en efecto, la imagen de una mujer tan bella, que jamas salio otra igual de manos de un escultor, ni el deseo pudo pintarla en la fantasia mas soberanamente hermosa.

--En verdad que es un angel, exclamo uno de ellos.

--Lastima que sea de marmol! anadio otro.

--No hay duda que aunque no sea mas que la ilusion de halla.r.s.e junto a una mujer de este calibre, es lo suficiente para no pegar los ojos en toda la noche.

--Y no sabeis quien es ella? preguntaron algunos de los que contemplaban la estatua al capitan, que sonreia satisfecho de su triunfo.

--Recordando un poco del latin que en mi ninez supe, he conseguido, a duras penas, descifrar la inscripcion de la tumba, contesto el interpelado; y a lo que he podido colegir, pertenece a un t.i.tulo de Castilla, famoso guerrero que hizo la campana con el Gran Capitan. Su nombre lo he olvidado; mas su esposa, que es la que veis, se llama dona Elvira de Castaneda,{158-1} y por mi fe que si la copia se parece al original, debio ser la mujer mas notable de su siglo.

Despues de estas breves explicaciones, los convidados, que no perdian de vista al princ.i.p.al objeto de la reunion, procedieron a destapar algunas de las botellas y sentandose alrededor de la lumbre, empezo a andar el vino a la ronda.

a medida que las libaciones se hacian mas numerosas y frecuentes, y el vapor del espumoso _Champagne_ comenzaba a trastornar las cabezas, crecian la animacion, el ruido y la algazara de los jovenes, de los cuales estos arrojaban a los monjes de granito adosados en los pilares los cascos de las botellas vacias, y aquellos cantaban a toda voz canciones baquicas y escandalosas, mientras los de mas alla prorrumpian en carcajadas, batian las palmas en senal de aplauso, o disputaban entre si con blasfemias y juramentos.

El capitan bebia en silencio como un desesperado y sin apartar los ojos de la estatua de dona Elvira.

Iluminada por el rojizo resplandor de la hoguera, y a traves del confuso velo que la embriaguez habia puesto delante de su vista, pareciale que la marmorea imagen se transformaba a veces en una mujer real; pareciale que entreabria los labios como murmurando una oracion; que se alzaba su pecho como oprimido y sollozante; que cruzaba las manos con mas fuerza; que sus mejillas se coloreaban, en fin, como si se ruborizase ante aquel sacrilego y repugnante espectaculo.

Los oficiales que advirtieron la taciturna tristeza de su camarada, le sacaron del extasis en que se encontraba sumergido, y presentandole una copa, exclamaron en coro:

--Vamos, brindad vos, que sois el unico que no lo ha hecho en toda la noche!

El joven tomo la copa, y poniendose de pie y alzandola en alto, dijo encarandose con la estatua del guerrero arrodillado junto a dona Elvira:

--Brindo por el emperador,{160-1} y brindo por la fortuna de sus armas, merced a las cuales hemos podido venir hasta el fondo de Castilla a cortejarle su mujer, en su misma tumba, a un vencedor de Cerinola!

Los militares acogieron el brindis con una salva de aplausos, y el capitan, balanceandose, dio algunos pasos hacia el sepulcro.

--No... prosiguio dirigiendose siempre a la estatua del guerrero, y con esa sonrisa estupida propia de la embriaguez... no creas que te tengo rencor alguno porque veo en ti un rival... al contrario, te admiro como un marido paciente, ejemplo de longanimidad y mansedumbre, y a mi vez quiero tambien ser generoso. Tu serias bebedor a fuer de soldado... no se ha de decir que te he dejado morir de sed, viendonos vaciar veinte botellas... toma!

Y esto diciendo llevose la copa a los labios, y despues de humedecerselos con el licor que contenia, le arrojo el resto a la cara, prorrumpiendo en una carcajada estrepitosa al ver como caia el vino sobre la tumba goteando de las barbas de piedra del inmovil guerrero.

--Capitan! exclamo en aquel punto uno de sus camaradas en tono de zumba, cuidado con lo que haceis... Mirad que esas bromas con la gente de piedra suelen costar caras.... Acordaos de lo que acontecio a los husares del 5.{161-1} en el monasterio de Poblet.... Los guerreros del claustro dicen que pusieron{161-2} mano una noche a sus espadas de granito, y dieron que hacer a los que se entretenian en pintarles bigotes con carbon.

Los jovenes acogieron con grandes carcajadas esta ocurrencia; pero el capitan, sin hacer caso de sus risas, continuo siempre fijo en la misma idea:

--Creeis que yo le hubiera dado el vino a no saber que se tragaba al menos el que le cayese en la boca?...

Oh!... no!... yo no creo como vosotros que esas estatuas son un pedazo de marmol tan inerte hoy como el dia en que lo arrancaron de la cantera.

Indudablemente el artista, que es casi un dios, da a su obra un soplo de vida que no logra hacer que ande y se mueva, pero que le infunde una vida incomprensible y extrana; vida que yo no me explico bien, pero que la siento, sobre todo cuando bebo un poco.

--Magnifico! exclamaron sus camaradas, bebe y prosigue.

El oficial bebio, y fijando los ojos en la imagen de dona Elvira, prosiguio con una exaltacion creciente:

--Miradla!... miradla!... No veis esos cambiantes rojos de sus carnes morbidas y transparentes?... No parece que por debajo de esa ligera epidermis azulada y suave de alabastro circula un fluido de luz de color de rosa?... Quereis mas vida?... Quereis mas realidad?...

--Oh! si, seguramente, dijo uno de los que le escuchaban; quisieramos que fuese de carne y hueso.

--Carne y hueso!... Miseria, podredumbre!... exclamo el capitan. Yo he sentido en una orgia arder mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por las venas hirviente como la lava de un volcan, cuyos vapores caliginosos turban y trastornan el cerebro y hacen ver visiones extranas. Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba como un hierro candente, y las apartaba de mi con disgusto, con horror, hasta con asco; porque entonces, como ahora, necesitaba un soplo de brisa del mar para mi frente calurosa, beber hielo y besar nieve...

nieve tenida de suave luz, nieve coloreada por un dorado rayo de sol...

una mujer blanca, hermosa y fria, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantastica hermosura, que parece que oscila al compas de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y ofreciendome un tesoro de amor... Oh!... si... un beso... solo un beso tuyo podra calmar el ardor que me consume.

--Capitan! exclamaron algunos de los oficiales al verle dirigirse hacia la estatua como fuera de si, extraviada la vista y con pasos inseguros... que locura vais a hacer? Basta de broma y dejad en paz a los muertos!

El joven ni oyo siquiera las palabras de sus amigos, y tambaleando y como pudo llego a la tumba, y aproximose a la estatua; pero al tenderle los brazos, resono un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos, boca y nariz habia caido desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro.

Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevian a dar un paso para prestarle socorro.

En el momento en que su camarada intento acercar sus labios ardientes a los de dona Elvira, habian visto al inmovil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guantelete de piedra.

LA LEVA

POR DON JOSe MARiA DE PEREDA{163-1}

I