Vino, pues, el Prior nuevo precedido de esta fama: anduvieronse los frailes con gran pulso para no desliza.r.s.e en la menor cosa, y el convento por lo tranquilo parecia una balsa de aceite. Una balsa de aceite en la superficie, que por el fondo rugia la borrasca. Sin hacerlo punto discutible ni decir palabra a fraile alguno, habia dispuesto el nuevo Prior que se sirviera en la mesa del refectorio el vino aguado, y en tal extremo como para refrescar el estomago en vez de acalorarlo. El despensero guardaba cuidadosamente las llaves de la bodega, y por nada del mundo hubiera faltado a la consigna. Verdad es que la salud de la comunidad habia mejorado y eran pocas las camas ocupadas en la enfermeria; pero en tan grande ventaja no paraban mientes los frailes, sino que andaban resentidos y furiosos contra el nuevo jefe. Aguarles el vino! Meterse a reformador sin consultar con nadie! Y encima de esto y por contera y remate, no tener palabra ni ojos sino para el mando y para lanzar miradas que dejaban al mas osado hecho una estatua de piedra! Vamos, esto era fenomenal e intolerable.
Para tomar el pulso al tonsurado ex-contrabandista y probarle la paciencia, eligieron y diputaron los frailes al mas atrevido, quien de proposito cometio una falta leve, y reprendido por ella contesto al P.
Prior una tonteria. Pero se arrepintio bien p.r.o.nto de su ligereza, cuando sintio sobre si una mirada fulminante y oyo una voz severa diciendole:
--Hermano, durante un mes tendra su celda por encierro y ayunara a pan y agua. Desde hoy comienzan la reclusion y el ayuno. Vayase en paz.
Y como el castigado hiciese ademan de responder presentando alguna excusa, anadio el P. Prior:
--Sean cuarenta los dias de reclusion y ayuno.
Y hora tras hora se c.u.mplio integra la sentencia; y como un hermano llevase a hurtadillas al castigado algo mas sustancioso que pan y agua, el P. Prior, que era un Argos, lo supo y le receto otro mes de igual penitencia. Y esta se c.u.mplio tambien, y con mas rigor todavia.
Vieron, pues, los frailes que era digno el Prior de su fama y que sentaba la mano de firme por la cosa mas leve. Tenia un modo de mandar, que imponia la obediencia; y si como superior era inflexible, como hombre debia ser un leon. Aunque hubiese resucitado el difunto Padre Procopio trayendo consigo una docena de PP. de su misma calana, todos ellos ante la mirada fulminea del Prior habrian bajado las suyas como doctrinos. Bien supo lo que hizo el P. Provincial cuando le encargo el gobierno de Nuestra Senora del Valle.
La cuestion vinifera continuaba en el mismo lamentable estado. Aquellas anchas y profundas tazas del refectorio, marcadas piadosamente con las iniciales de la sacra familia, J. M. J., ya no encerraban generoso vino, consolador de penas y fatigas, sino una especie de aguachirle semejante al de los barrenos que en las tabernas sirven para fregar los vasos.
Escondidamente, pues no podia ser de otro modo, murmuraban de ello los frailes atribuyendolo a tacaneria mas bien que a higiene, y trataban de elegir unos cuantos que en comision representativa y a nombre de todos, manifestase el descontento de la comunidad al mismo P. Prior, suplicandole volviesen las cosas al antiguo ser y estado. Mas aunque aplaudian la idea de la manifestacion, no encontrando otra mejor para el fin propuesto, ninguno queria echar el cascabel al gato; esto es, ninguno queria llevar la palabra ante el P. Prior, cuyas malas pulgas tenian presentes. Por ultimo, acordaronse de un virtuoso anciano, muy querido de todos por su caracter angelical, y respetado de sus mismos superiores por ser el mas antiguo y el mas docto de los monjes, cronica viva y archivo ambulante de la historia, usos y tradiciones de la casa.
Llamabase este bondadoso varon el P. Candido; mas no lo era en tal punto que desconociese lo arduo y enojoso del encargo{125-1} que le daban. Por lo cual, exigio al aceptarlo, que habian de acompanarle a la celda prioral los seis individuos de la comision: el llevaria la palabra, y los otros, si era necesario, apoyarian cuanto dijese. Convenido asi, fijaron la entrevista para aquella misma tarde a la hora en que el P.
Prior volviese de su acostumbrado paseo. No anduvieron desacertados en elegir tal oportunidad: ciertamente nunca el animo del hombre se halla tan propicio a conceder cualquiera favor, como despues de haber comido bien y paseado por un campo delicioso, gozando y admirando a la puesta del sol las hermosas y melancolicas perspectivas de la naturaleza.
Aquel dia, como los demas, salio el P. Prior a dar su vespertino paseo.
Iba solo y pensativo, lo cual no extrano a ninguno de los que le vieron salir, por la sencilla razon de que siempre iba lo mismo. Engolfado en sus cavilaciones, andaba ligero unas veces y otras se detenia de p.r.o.nto, haciendo rayas y figuras en la tierra o circulos en el aire, como magico antiguo, con un palitroque o baculo que en la mano llevaba. Asi distraido se alejo algo mas de lo acostumbrado, y al levantar los ojos vio cerca de si un muchachuelo tendido sobre la hierba, cuidando de un escaso rebano de cabras, y muy entretenido en tallar con la navajilla algunas labores en un palo. Por desechar fatigosos pensamientos, o porque la cara viva y picaresca del muchacho le agradase, el P. Prior quiso darle conversacion y se entablo el dialogo de esta manera:
--Hola, muchacho, guardas cabras?
--No, senor, que son bueyes.
--Como bueyes! Si son cabras, y las estoy viendo.
--Pues, lo que su merced ve para que lo pregunta?
Mordiose los labios el fraile, y al cabo de un momento dijo al pastorcillo:
--Pareces muy despierto, y tal vez pudiera yo hacer algo por ti. Como te llamas?
--Otra! Pues, no pregunta como me llamo?... De ninguna manera. Los que me llaman son los que me necesitan.
--Tienes razon, nino, tienes razon. Y ese angosto sendero que penetra en el bosque adonde va?
--a ninguna parte, Padre, que se esta muy quietecito. Los que andan por el son los que van y vienen. Ya tiene su merced bastante edad para saberlo.
--Oye, que debe hacerse con los pilluelos desvergonzados?
--Meterlos a frailes.
Aqui el Prior no fue dueno de contenerse, y con paso ligero se encamino al muchacho, resuelto a plantarlo de un puntapie en la copa de un pino.
Solo que el pastorcillo era mucho mas agil, y cuando el fraile llego adonde el estaba, ya en pocos brincos habia puesto por medio cuarenta pasos y habia desliado la honda de la cintura, y sin saber jota de la historia sagrada preparabase a repetir el lance de David contra el gigantazo de Goliat. Sobradamente lo conocio el religioso, y conocio tambien que no podria echar la una a semejante diablejo, que impavido y ojo alerta le esperaba con la piedra calzada en la honda; por lo que descompuesto y colerico, gritole en son de despedida.
--Adios, hijo de un ladron.
--Vaya su merced con Dios, Padre, respondio el angelito.
Excusado me parece ponderar el efecto que en un hombre de caracter energico y ademas acostumbrado al mando harian las insolencias de aquel rapazuelo montaraz y deslenguado. Alguna cosa hubiera dado por echarle encima los diez mandamientos; en cuyo caso, aunque luego se hubiese arrepentido, por el p.r.o.nto lo estruja{128-1} como una breva.
Afortunadamente para entrambos cuido muy bien el muchacho de no ponerse a tiro, y silbando a su ganado, desaparecio por el bosque.
--En mi vida me ha sucedido otra!{128-2} murmuraba el Padre Prior, volviendose a su convento. Ese tuno debe tener metida en su cuerpecillo toda entera una legion de diablos. Yo se los iria sacando con una vara de acebuche si lo pillara entre cuatro paredes, por muy agarrados que estuvieran.{128-3} Atreverse conmigo, con un religioso! Pero... lo cierto es que a su edad hubiera yo apedreado al Preste Juan de las Indias. El mundo siempre es igual, porque... voto a...
Y lo solto redondo con todas sus letras. Gracias a que por alli no habia ningun par de orejas que pudiese oirlo, y asi se excuso el escandalo.
Entretenido con su monologo acababa de tropezar en firme contra una piedra, y como llevaba el pie desnudo en flexible sandalia, se lastimo no poco los dedos y aun creyo ver estrellas por el aire, sin que hubiese anochecido todavia. Los soliloquios distraen y tienen estas contras.
Cojeando y con la vista en el suelo y cara de vinagre llego al monasterio, atraveso el es.p.a.cioso patio y subio la ancha escalera. No contesto a los hermanos que al pasar le saludaban, y se encerro en su celda de golpe y porrazo. Abrio un libro devoto y lo volvio a cerrar sin haber leido cuatro renglones: empezo una carta, y apenas hubo puesto delante de si el papel y mojado la pluma en el ancho canjilon de loza que le servia de tintero, desistio de su idea y comenzo a recorrer la celda agitado y nervioso, como tigre enjaulado. Mala cara tenia entonces: mas bien que superior de una orden monastica, parecia un facineroso. Y no era que le hubiese puesto asi la desfachatez y osadia del pilluelo, ni algun otro especial motivo; sino que estaba de malisimo humor, porque lo estaba: sabe Dios el deposito de bilis que tendria{129-1} en el cuerpo.
Entre tanto, la comision representativa que habia concertado hablarle aquella tarde sobre el asunto del vino, iba subiendo lentamente la magnifica escalera, deteniendose a cada cuatro o cinco peldanos para conferenciar sobre el modo de abordar la cuestion a fin de que tuviese mejor exito, y se oian cosas por el estilo:
--Conviene pasarle la mano por el lomo, adularle y a cada tres palabras llamarle Reverencia. Mas alcanza un sombrero saludando, que seis espadas amenazando.{129-2} He dicho bien?
--Si, sin duda; pero no tan calvo que se le vean los sesos.{129-3} Entre correr y parar, hay un termino medio, que es andar. Si todo se vuelve lametones y cortesias, no nos hara caso y quiza, quiza nos mande noramala. Es menester alguna firmeza, que vea cierto caracter, eh?
Vamos, como va usted a entrarle, P. Candido?
--Descuide, hermano, que yo le dire lo que me parezca justo y adecuado a la ocasion. Pero nuevamente advierto a ustedes que hemos de entrar todos en la celda prioral, como representantes de la comunidad que ahora somos, y que habeis de aprobar y apoyar lo que yo diga; pues de otro modo pareceria la queja cosa particular mia, cuando no lo es, y si{129-4} de la corporacion entera.
--Pues eso que duda tiene, P. Candido? Nosotros entraremos acompanandole, y a todo lo que diga, diremos _amen_, y aun le apoyaremos con las reflexiones que se nos ocurran.
--Entonces no hay mas que hablar: en marcha y manos a la obra.
Acabaron de subir la escalera, cruzaron una extensa galeria y se detuvieron cuchicheando ante la puerta del Padre Prior. este oyo el murmullo y desde adentro pregunto con voz tonante:
--Quien anda ahi? Que se ofrece?
Al solo eco de aquella voz terrible intimidaronse los frailes, y dos de ellos con ligero paso emprendieron la retirada. Fruncio las cejas el P.
Candido, y aunque le disgusto aquella torpe fuga, llamo con los nudillos a la puerta diciendo en tono dulce y reposado:
--Alabado y bendito sea{130-1}...
--Por siempre, contestaron de adentro, y la puerta se abrio toda con impetu. Entonces vio el Prior al Padre Candido y a otros cuatro religiosos que detras de el como que{130-2} procuraban oculta.r.s.e. Y anadio:
--Que hay ahora, P. Candido? No le tengo dicho que haga y des.h.a.ga en la biblioteca lo que estime conveniente? o es que se ha propuesto freirme la sangre a puras consultas? Y que nueva pejiguera traen esos acompanantes que parecen estatuas?
Aunque parecian estatuas, no lo eran; pues se escabulleron como el humo otros dos, y solo quedo una pareja detras del P. Candido, que respondio:
--Padre Prior, no vengo por asuntos de la biblioteca.
--No? Pues entonces que se le ofrece? Hueleme a impertinencia, y le advierto que... Pero, vamos, se puede saber lo que hay?
--Si su Reverencia no me deja hablar, no lo sabra nunca, respondio el P.
Candido con firmeza. Vengo en comision con estos hermanos a nombre de la comunidad, para decir a su Reverencia que ese vinillo que ahora se nos pone...
--Dos mil demonios carguen con usted,{131-1} P. Candido! El vinillo, el vinillo... clamaba el Prior, acompanando sus palabras con un punetazo sobre la mesa, que retumbo como un trueno y ahuyento a los dos ultimos frailes que habian permanecido a la puerta. Y avanzando como energumeno hacia el quejoso, preguntaba con voz ronca y descompuesta:--Vamos, el vino! Que tiene el vino?
Volvio la cara en esto el P. Candido y se hallo solo con el tremendo Prior. Sus companeros le habian abandonado, como suele decirse, en las astas del toro. Aqui le falto su entereza y solo pudo responder tartamudeando: